martes, 10 de marzo de 2015

Dependencia y geopolítica Estados Unidos (EUA) ya daba cuenta de su dependencia de minerales al término de la Segunda Guerra Mundial al tiempo que visualizaba desde entonces una futura dependencia petrolera. En tanto que se consideraba que su proyección hegemónica estaba en juego, a partir de ese momento la vinculación entre seguridad y el acceso a los recursos se hizo presente en la agenda de seguridad y de política exterior estadounidense. Frente a tal situación EUA definió establecer una estrategia nacional de almacenamiento, misma que en 1979 contemplaba que, “...además de los proveedores estadounidenses, sólo proveedores canadienses y mexicanos podrán ser considerados como fiables” (NRC, 2008: 28). Para 1991 se consideraban también a los países de la cuenca del Caribe como fuentes fiables (Ibid: 29). Entrado el siglo XXI, EUA clasifica su creciente dependencia de materiales en estratégicos y críticos, esto es, aquellos claves para su economía, con bajo o nulo grado de sustitución y, en el caso de los críticos, relevantes para el complejo militar industrial. Casi en unísono, la Comisión Europea (2010) daba cuenta de la agudización de su dependencia haciendo fuerte énfasis en el rol de China como gran consumidor mundial, pero también como abastecedor de materiales clave. No sobra señalar que el posicionamiento europeo tiene como antecedentes estudios y posicionamientos nacionales de Reino Unido, Alemania, Austria y Francia (Ibid). Reconociéndose como el tercer país que más demanda minerales, después de EUA y China, Japón se posicionó también a principios de este siglo, señalando la necesidad de mantener un sistema de almacenamiento estratégico en tanto que su dependencia a las importaciones de minerales es prácticamente total, pero con mayor énfasis en el caso de aquellos no ferrosos como las tierras raras (Kojima, 2002). Por su parte, como es evidente, China se plantea en el escenario mundial hacer inversiones sustanciales para dotarse de reservas de materiales que no tiene o cuyas reservas nacionales son limitadas ante las demandas de su pujante economía. El interés ha sido progresivo, rebasando lo regional para proyectarse en África y más recientemente en AL. Los patrones crecientes de consumo de China se dan en un contexto en el que ese país no sólo está expandiendo su infraestructura de manera inusitada, sino que además en el que apuesta por desarrollar tecnologías de frontera que demandan minerales específicos, de ahí que, por ejemplo, definiera dar un giro nacionalista con respecto a la gestión de sus reservas de tierras raras -las más importantes del mundo dado el alto grado de concentración de las mismas y por tanto por su comparativamente bajo costo de producción-. En tal panorama, América Latina figura como una región relevante en tanto que cuenta con recursos no despreciables y, en algunos casos, en gran abundancia. Ello queda por demás evidenciado cuando se da cuenta del origen de las importaciones de los países metropolitanos. El Servicio Geológico de EUA, por ejemplo, reconoce que durante 2011, de los 52 minerales reportados con más de un 25% de dependencia (en términos de importaciones) 33 eran abastecidos en un grado u otro por países del continente americano, siendo 20 de América Latina y 25 de Canadá (USGS, 2012). De los casos de 100% de dependencia, denota que la totalidad del cesio y rubidio provienen de Canadá; el 100% del estroncio en mineral de México; el niobio en 85% de Brasil; el fluorospato en un 59% de México; y 48% de la bauxita y bauxita de Jamaica y Brasil (Ibid). Por su parte la Unión Europea ha reconocido 41 minerales clave, de los cuales 14 son críticos (Comisión Europea, 2010). Brasil es estratégico en cuanto al abastecimiento europeo casi del total de niobio y buena parte del tungsteno, pero también contribuye con cantidades no despreciables de aluminio y bauxita, arcilla, hierro, tantalio, berilio, magnesita y grafito. Bolivia y Perú llegan a aportar el grueso del antimonio, mientras que Argentina y Chile del borato. Perú aporta la cuarta parte del telurio y hasta la tercera parte del zinc. Perú y Chile en conjunto aportan la mitad del cobre que demanda Europa. Chile más de la mitad del litio y del renio y hasta la tercera parte del molibdeno. México la cuarta parte de la diatomita y el fluorospato y, junto con Perú, la tercera parte de la plata. Además, Bolivia exporta cantidades pequeñas pero no despreciables de tungsteno y Venezuela de vanadio (Ibid).
Impactos y Conflictos ambientales.- Efrèn Melèndez.2 Desde el momento en el cual el hombre en aras de satisfacer sus necesidades básicas comenzó a interactuar con su hábitat, se desencadeno una serie de transformaciones que han hecho factible el desarrollo de las sociedades y de la humanidad en general. Las acciones antròpicas han constituido un poderoso factor de incidencias en el planeta, incorporando cambios e impactos que de manera voluntaria e involuntaria, no siempre se han justificado. Durante el proceso evolutivo el hombre ha tenido que enfrentarse a múltiples fenómenos naturales para mantener la supervivencia de su especie en el planeta Tierra: Hambre, cambios geológicos, climáticos, etc, obligaron a nuestros antecesores a buscar nuevas opciones de supervivencia. Con el desarrollo de las fuerzas productivas, se produce la naciente evolución de la sociedad, que fue asumida por diferentes grupos humanos tomando en cuenta sus modelos de comportamientos, valores, y su concepción particular del mundo, es decir, sus culturas. Mientras las poblaciones siguieron siendo pequeñas y su desarrollo tecnológico modesto, el impacto sobre el medio ambiente fue solamente local. No obstante, al ir aumentando la población, mejorando y desarrollando su tecnología, aparecen problemas más característicos y generalizados. Este desarrollo propicia el uso y explotación de los combustibles fósiles, y comienzan a explotarse de forma intensa todos los recursos naturales de la tierra, produciendo un desnivel cada vez más acrecentado en la calidad del medio y en su capacidad para mantener la vida. La sociedad moderna se torna cada vez más compleja al tomar recursos de la naturaleza de modo creciente y desechar a la misma una gran cantidad de residuos. El proceso está alterando los ecosistemas y el propio funcionamiento de los ciclos biogeoquímicos, pero a diferencia de civilizaciones pasadas, el sistema actual de producción depreda los recursos y produce entropía (energía y materia disipada) a una velocidad nunca antes registrada en la historia del ser humano. Los efectos de tal dinámica son múltiples, desde el inequívoco cambio climático y la destrucción de la capa de ozono, a la trasgresión de los límites del ciclo del nitrógeno y del fósforo, la acidificación de los océanos, la ruptura del ciclo del agua con miles de represas, el intenso cambio de uso del suelo, la pérdida de biodiversidad, entre otros. Es indiscutible que toda sociedad en desarrollo, sea de cualquier modelo económico, al contemplar sus relaciones sociales de producción, de cualquier modo generarían impactos en su ambiente, pero los cambios que nos colocan en la actual coyuntura son producto de relaciones sociales, productivas y de poder específicas. Se puede argumentar que en general hay una mayor responsabilidad histórica de parte de los países metropolitanos puesto que en la periferia, en promedio, poco menos de la mitad de la población, no tiene hoy día acceso ni siquiera a las más básicas innovaciones producto de la modernidad (e.j. energía suficiente, agua de calidad, servicios de saneamiento o médicos, ya no se diga de telecomunicaciones, entre otros). Consideramos, que la responsabilidad está claramente diferenciada entre las naciones como de sus propios gobernantes y habitantes. El problema es el resultado del modelo adoptado y de cómo éste actúa e impacta frente a la naturaleza. No se trata de concebir la naturaleza y sus bienes de manera contemplativa, no; se trata de la manera cómo actuar sobre los recursos naturales para nuestro beneficio y de la sociedad pero respetando el equilibrio de los ecosistemas. La responsabilidad es pues diferenciada, entre naciones como entre sus propios habitantes. El fenómeno es en gran medida resultado del metabolismo social capitalista en tanto que la naturaleza está supeditada a las dinámicas de acumulación de capital más allá de cualquier otra consideración de tipo social, ambiental o cultural, de ahí que no en pocas ocasiones promueva esquemas que desde la perspectiva de la vida son irracionales, despilfarradores y destructivos. El desarrollo en el actual sistema de producción capitalista es prácticamente entendido como crecimiento económico, mismo que requiere de una constante y creciente transformación de la naturaleza y de la explotación del trabajo, esto es, de ciclos ampliados de producción-circulación-consumo. En tal sentido, a la par de una mayor acumulación de capital, atestiguamos un acelerado aumento del metabolismo social. Los datos sugieren que entre 1900 y el 2000, cuando la población creció cuatro veces, el consumo de materiales y energía aumentó en promedio hasta diez veces; el incremento del consumo de biomasa en 3.5 veces, el de energía en 12 veces, el de metales en 19 veces y el de materiales de construcción, sobre todo cemento, unas 34 veces. Para el 2010 las estimaciones rondaban las 60 mil toneladas de materiales al año y unos 500 mil petajoules de energía primaria. El 10% de la población mundial más rica acaparaba entonces el 40% de la energía y el 27% de los materiales. Mientras el grueso de tal población se ha concentrado en las últimas décadas en EUA, Europa Occidental y Japón, en contraparte, las regiones que principalmente han abastecido el mercado mundial de recursos naturales han sido América Latina, África, Medio Oriente, Canadá y Australia. China, Corea del Sur, Malasia e India se colocan como importadores netos de recursos en los últimos años. Esta situación es una clara advertencia del futuro socioambiental que se avecina y debe inquietarnos, por cuanto las proyecciones de las próximas décadas predicen un consumo creciente y muy desigual. De seguir sin cambio alguno, el aumento en la extracción de recursos naturales podría triplicarse para el 2050, mientras que si se opta por un escenario moderado, el aumento sería en el orden del 40% para ese mismo año (esto es unas 70 mil toneladas en total). El deterioro ecológico a nivel global en los últimos años se ha agudizado, esta situación ha sido provocada por el uso indiscriminado de los recursos naturales, unido al desinterés de los países responsables de estas dramáticas condiciones, que afectan a la naturaleza y por consiguiente a la sociedad y al ser humano, incluida su salud. Los países pobres y los que están en vías de desarrollo son los más afectados con la destrucción del medio ambiente, y al mismo tiempo, los gobiernos y pueblos democráticos y progresistas, con sus proyectos sociales humanistas son los que se enfrentan hoy con sus ideas y acciones al uso egoísta, desmedido y perjudicial del medio ambiente por los países poderosos. Una de los conflictos mundiales de alta preocupación actual es el cambio climático concebido como un fenómeno asociado a la irracional utilización de los recursos naturales que ha provocado transformaciones irreversibles en el clima, situación que en la época actual afecta notablemente a las personas. El desarrollo económico se ha acompañado del uso de combustibles fósiles que han provocado el denominado "efecto invernadero", principalmente por la generación de dióxido de carbono y metano, lo cual tiene implicaciones en el clima mundial. Son evidentes los fenómenos naturales catastróficos que surgen y se intensifican por la acción del cambio climático, tales como huracanes, tsunamis, inundaciones por grandes lluvias, más frecuentes en los países en vías de desarrollo que presentan más probabilidades de ser particularmente vulnerables a padecer inundaciones debido a que habitan en áreas de alto riesgo, como las planicies tendentes a las inundaciones y las zonas costeras. Están ocurriendo además fenómenos frecuentes como las intensas sequías, calores excesivos en países con clima invernal, el deshielo de los glaciares polares y los movimientos de las plantas y animales hacia altitudes superiores, entre otros. Los países que sufren la pobreza extrema se perjudican mucho más con los efectos del cambio climático puesto que poseen infraestructuras de salud pública deficientes y sin cobertura para las poblaciones más necesitadas. La sociedad actual pareciera asumir una mirada contemplativa de los fenómenos e impactos mundiales. Hace falta una actitud humana más consecuente, responsable y sostenible que influya de alguna manera en la transformación del comportamiento actual sobre el cuidado del medio ambiente. Las grandes potencias industriales y capitalistas del mundo han sometido y saqueado a los pueblos pobres, a través, de sus prácticas extrativistas dejando hambre y pobreza. El sistema capitalista y los países industrializados imponen al resto de los países del mundo su egemonía y prueba de ello es el incumplimiento, por parte de los Estados Unidos de Norteamérica, del tratado de Kyoto sobre la reducción de los niveles de dióxido de carbono. Por su parte, los países del Mercosur, el Alba y otros del tercer mundo continúan luchando por un mundo mejor y posible, por la supervivencia de la especie humana en nuestro planeta Tierra. James Lovelock, uno de los científicos más reconocidos y polémicos de la segunda mitad del siglo XX, y estudioso del deterioro ambiental plantea que la humanidad se enfrenta a un momento crucial en su historia, que de su concepción del mundo, de su actitud y su capacidad para rediseñar su modo de vida, dependerá que pueda sobrevivir como especie en el planeta. Otros exponen, que se requiere de nuevos paradigmas alternativos al capitalismo, más democráticos, participativos y humanos, que se requiere además aceptar los retos y los peligros a los que han llevado las contradicciones originadas por un desarrollo no sostenible, irracional, consumista y utilitario del medio ambiente. Esta concepción implica cambiar estilos de vida y asumir una postura ética y solidaria con todas las formas de vida del planeta.