martes, 5 de junio de 2012

ERIK GóMEZ-BAGGETHUN

Universidad Autónoma de Barcelona, UAB, y Universidad Autónoma de Madrid, UAM

BERTA MARTíN-LóPEZ

Universidad Autónoma de Madrid, UAM

Costes socioeconómicos asociados a la pérdida de biodiversidad

La pérdida de biodiversidad lleva asociados costes económicos y sociales que la contabilidad económica convencional no logra capturar. Se pone de relieve la necesidad de reformar los indicadores tradicionales de progreso económico.

La desaparición de especies es un fenómeno inherente a al proceso evolutivo. En al menos cinco ocasiones a lo largo de la historia geológica, se han dado episodios de desaparición masiva de especies conocidos como las "grandes extinciones", motivadas por fenómenos como meteoritos o glaciaciones. DESTACADOSTérminos clave de la economía de los ecosistemasPerfiles: Erik Gómez-Baggethun y Berta Martín-López
Por ejemplo, en la última gran extinción, ocurrida hace 65 millones de años, desaparecieron de un golpe en torno al 75% del total de las especies del planeta. No obstante, durante los lapsos de decenas de millones de años que generalmente han separado estos episodios, la extinción de especies ha ocurrido como un fenómeno gradual que tendía a ser compensado por tasas superiores de aparición de nuevas especies. Por ejemplo, los registros fósiles sitúan las tasas medias de extinción de especies marinas entre 0,1 y 1 extinciones por millón de especies y año y se ha estimado que las extinciones de mamíferos también están dentro de dicho rango.

Este patrón de extinciones se ha visto abruptamente modificado en los dos últimos siglos. Con el desarrollo tecnológico, y acontecido desde el despegue de la revolución industrial, la capacidad humana de modificar la superficie terrestre ha alcanzado tal magnitud que ha acabado por alterar algunos de los grandes procesos biofísicos que determinan el funcionamiento del sistema Tierra, en lo que algunos autores denominan proceso de cambio global. La comunidad científica argumenta que en la actualidad nos encontramos en una era en la que la naturaleza de las causas internas que subyacen al cambio planetario es cualitativamente distinta a la de las eras geológicas anteriores.

Nuestra era, referida por algunos científicos bajo el nombre de Antropoceno, se caracterizaría por el hecho de que por primera vez el ser humano habría empezado a competir con las fuerzas geológicas en capacidad de movilizar materiales y modificar los procesos básicos del funcionamiento planetario. El cambio global está acelerándose por la acción del ser humano, y los grandes "En la última gran extinción, ocurrida hace 65 millones de años, desaparecieron de un golpe en torno al 75% del total de las especies del planeta"impulsores de dicho proceso, que incluye los cambios en los usos del suelo, los cambios en los ciclos biogeoquímicos, el cambio climático, la sobreexplotación de recursos y la expansión de las especies invasoras, están generando consecuencias drásticas sobre los ecosistemas y la biodiversidad.

La comunidad científica estima que las tasas de extinción del Antropoceno superan entre 100 y 1.000 veces a las de épocas preindustriales. De esta manera, la tasa de extinción de especies habría superado en la actualidad las 100 extinciones por millón de especies conocidas y año, y se estima que podría multiplicarse por diez a lo largo del presente siglo en caso de no tomarse medidas decididas para frenar su pérdida.

La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) estima que el 12% de las especies de aves, el 23% de los mamíferos, el 32% de los anfibios y el 25% de las plantas coníferas se encuentran actualmente en peligro de extinción. Lo anómalo de esta situación con respecto a las tasas de extinción registradas en épocas preindustriales ha llevado a algunos científicos a hablar del actual fenómeno de pérdida de biodiversidad como la sexta gran extinción, siendo la primera de las hasta ahora acontecidas que habría estado motivada por causas antrópicas.

Con el objeto de abordar el problema de la pérdida de biodiversidad, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro en 1992, impulsó el Convenio de Diversidad Biológica (CDB), que entraría en vigor un año después tras haber sido ratificado por 193 países. Además, desde el año 2002, estos países se comprometieron a reducir las tasas de la pérdida de la biodiversidad para el año 2010, declarado por Naciones Unidas como Año Internacional de la Biodiversidad. Ocho años después, no solo no se ha reducido el ritmo de pérdida, sino que se ha intensificado.

Del 18 al 29 de octubre se celebrará en Nagoya (Japón), la X reunión de la Conferencia de las Partes del CDB, donde se abordarán nuevos objetivos para ralentizar la pérdida de biodiversidad y se evaluarán la efectividad de las políticas y estrategias adoptadas hasta la fecha.





Los costes asociados a la pérdida de biodiversidad
Durante décadas ha habido un intenso debate sobre las implicaciones éticas y ecológicas de la pérdida de biodiversidad, pero, hasta hace poco, no es mucho lo que se ha dicho fuera de los círculos especializados acerca de sus implicaciones económicas. Cuando hablamos de economía, tendemos a pensar en flujos de dinero o de activos financieros que aparentemente guardan poca o ninguna relación con la biodiversidad. No obstante, hoy en día sabemos que economía y sociedad son enormemente dependientes de los ecosistemas y de la biodiversidad que estos albergan. Los ecosistemas no son solo la fuente de los materiales y la energía requeridos por el metabolismo económico para fabricar bienes y servicios, sino también los sumideros necesarios para procesar la contaminación y los residuos generados por la sociedad. Por otro lado, la biodiversidad desempeña un papel fundamental en el bienestar humano a través de la generación de los denominados servicios de los ecosistemas (ver glosario).

Los servicios de los ecosistemas son las contribuciones directas o indirectas de los ecosistemas al bienestar humano. Estos incluyen servicios de abastecimiento (productos tangibles como el alimento o la madera), servicios de regulación (beneficios obtenidos de manera indirecta de los procesos ecológicos, como el control de plagas, la formación del suelo o la depuración de agua), y servicios culturales (beneficios intangibles, como el ecoturismo, el valor estético o la educación ambiental).

Los beneficios reportados por ciertos servicios como las materias primas, los recursos energéticos o el alimento son evidentes y, por tanto, su reconocimiento no tiende a cuestionarse. No obstante, la percepción de los beneficios reportados por la mayoría de los servicios culturales y de regulación que no pasan por el mercado ni por los sistemas contables resulta más sutil, y por eso la importancia de estos servicios tiende a ser pasada por alto en la toma de decisiones. De esta manera, la invisibilidad de los servicios de regulación "Hoy en día sabemos que economía y sociedad son enormemente dependientes de los ecosistemas y de la biodiversidad que estos albergan"en el sistema socio-económico provoca que las políticas actuales de gestión favorezcan a los servicios de abastecimiento, a costa del resto de servicios, incentivando la transformación de ecosistemas naturales multifuncionales a usos industriales orientados a maximizar la producción de uno o pocos servicios. No obstante, cuando todos los servicios ecosistémicos afectados por un proyecto son debidamente identificados y valorados, las cifras económicas que avalan la aptitud de transformar los ecosistemas a usos industriales a veces se invierten. Por ejemplo, un conocido estudio realizado en los manglares del sur de Tailandia comparó los costes y beneficios asociados con la conservación de los manglares frente a los que resultarían de su conversión en granjas camaroneras. Si solo se consideraban los servicios de abastecimiento asociados al mercado, las cifras indicaban que era más beneficioso económicamente transformar los manglares. Sin embargo, una vez incluidos en el análisis los beneficios reportados por servicios de regulación, como la protección de la costa frente a fenómenos climáticos extremos, los resultados se invertían. Los mayores beneficios asociados a la conservación del manglar resultaban aún más evidentes cuando se descontaban los subsidios que perciben las camaroneras o los costes asociados a la contaminación y deterioro generado por la producción de camarones (Figura 1).

Uno de los ámbitos en los que este aspecto se refleja con mayor claridad son los sistemas de contabilidad macroeconómica. Como se ha visto anteriormente, el análisis económico convencional limita su objeto de estudio a aquellos servicios que se intercambian en el mercado y que, por tanto, tienen un reflejo monetario directo a través de los precios. De esta manera, los indicadores tradicionales de progreso económico tales como el PIB se limitan a recoger en su cómputo de beneficios los servicios que se intercambian en el mercado (que principalmente se limitan a los de abastecimiento); y en el de costes, la depreciación de los bienes de capital (por ejemplo, el desgaste de maquinaria e infraestructura).

No obstante, dejan fuera de su cómputo los beneficios económicos correspondientes a todos aquellos servicios de los ecosistemas cuyo uso o disfrute no pasa por los mercados, así como los costes asociados al deterioro de los ecosistemas de los que dichos servicios dependen, es decir, los costes asociados a la depreciación del capital natural (ver glosario).
Se pone de relieve que los sistemas contables convencionales y sus indicadores de prosperidad ofrecen medidas erróneas en una época en la que los ecosistemas y los servicios que generan están inmersos en un pronunciado proceso de deterioro y se tornan crecientemente escasos. Así lo atestigua la Evaluación de Ecosistemas del Milenio auspiciada por la Organización de las Naciones Unidas, cuyos informes concluyen que durante los últimos 50 años dos terceras partes de los servicios ecosistémicos evaluados a escala global se están deteriorando.

Afortunadamente, gracias a los esfuerzos realizados durante décadas desde enfoques como la economía ecológica y la economía ambiental, hoy contamos con herramientas conceptuales y metodológicas para identificar y cuantificar los servicios de los ecosistemas tanto en términos biofísicos como en términos monetarios (Figura 2). Asimismo, se están dando los primeros pasos hacia una futura incorporación de los servicios de los ecosistemas y del capital natural en los sistemas de contabilidad nacional.





La Iniciativa TEEB: La Economía de los Ecosistemas y la BiodiversidadSegún nos acercábamos al Año Internacional de la Biodiversidad (2010), en el que se debería haber reducido la actual tasa de pérdida de biodiversidad, se tornaba evidente que no se estaba en la senda de alcanzar dicho objetivo. Ante este hecho, comienza a desarrollarse un debate sobre la necesidad de hacer llamamientos a la acción política usando enfoques con mayor impacto en los círculos de la toma de decisiones. En el año 2005, el “Informe Stern” sobre economía y cambio climático concluyó que se necesita una inversión equivalente al 1% del PIB mundial para mitigar los efectos del cambio climático y que de no hacerse dicha inversión, el mundo se expondría a una recesión que podría alcanzar el 20% del PIB global.

El impacto político causado por dicho informe incrementó las expectativas sobre la persuasividad de las cifras monetarias como herramienta para comunicar la necesidad de tomar medidas decididas de acción política. Este es el contexto en el que nace el proyecto de The Economics of Ecosystems and Biodiversity (TEEB) a iniciativa de la Cumbre del G-8+5 en Postdam en el año 2007. Emulando el planteamiento del “Informe Stern”, el proyecto TEEB se propone hacer un llamamiento a la acción política internacional mediante la estimación del valor económico de la biodiversidad, así como de los costes económicos de no actuar ante su pérdida. Si bien los resultados finales del TEEB serán presentados en la ya mencionada Conferencia de las Partes de Nagoya, los informes preliminares ya adelantan algunas cifras ilustrativas. De acuerdo con los cálculos realizados, los ecosistemas y la biodiversidad tendrían un valor económico entre 10 y 100 veces mayor que el coste relacionado con su conservación.

Además, en los primeros años del periodo 2000-2050, se han perdido servicios por valor de unos 50.000 millones de euros anuales solo en lo referente a los ecosistemas terrestres, sin que la mayor parte de estos costes haya tenido un reflejo en las medidas del PIB planetario.

Las pérdidas acumuladas de bienestar podrían ascender a un 7% del consumo anual en el año 2050. Esta cifra es además un cálculo conservador porque excluye, por ejemplo, toda la biodiversidad marina, los desiertos, la región ártica y la región antártica.

Asimismo, excluye algunos servicios de los ecosistemas importantes, como la regulación de enfermedades o la polinización, y otros como el control de la erosión apenas están representados.

En definitiva, el informe señala la importancia de la biodiversidad y los ecosistemas para el sistema socio-económico, así como los costes económicos asociados a su pérdida y subraya el hecho de que los indicadores económicos convencionales son incapaces de reflejarlos.


Peligros asociados a la deriva economicista del conservacionismoPasadas cuatro décadas del nacimiento del conservacionismo moderno, los ecosistemas y la biodiversidad siguen deteriorándose. Esto ha llevado a numerosos conservacionistas a pensar que los argumentos tradicionales que apelaban al valor intrínseco de las especies como elemento central de la conservación han fracasado en su objetivo último de revertir la pérdida de biodiversidad. "Los indicadores tradicionales de progreso económio dejan fuera de su cómputo los costes asociados a la depreciación del capital natural"Así, en aras de su persuasividad política, las cifras monetarias están siendo crecientemente adoptadas como uno de los elementos centrales del nuevo discurso conservacionista.

No obstante, la controversia crece a medida que algunos elementos del enfoque de los servicios de los ecosistemas y la valoración monetaria son asimilados dentro de la lógica económica que inicialmente pretendían transformar. Donde algunos intentamos poner de relieve las múltiples formas en las que las sociedades humanas dependemos de los ecosistemas y la biodiversidad otros han visto una mera justificación para crear y/o ampliar mercados asociados con la estructura y funcionamiento de los ecosistemas.

Asimismo, a pesar de los esfuerzos por contextualizar la valoración monetaria como una herramienta más dentro de sistemas de valoración multidimensionales (Figura 2), el dinero se impone progresivamente como lenguaje hegemónico en la valoración de los ecosistemas y los argumentos que apelan a la lógica del beneficio ganan terreno sobre los argumentos éticos que apelan al valor intrínseco de la biodiversidad.

El economicismo que impregna el nuevo discurso conservacionista se viene justificando sobre la necesidad de influir en la toma de decisiones en el corto plazo. ¿Podría esta estrategia resultar contraproducente en el largo plazo? Aunque todavía es demasiado pronto para responder a dicha pregunta, sin duda las consecuencias son inciertas.

Los sistemas éticos cambian lentamente y son relativamente estables pero el mercado es enormemente volátil. Si se expande la idea de que la conservación se justifica por generar más beneficios que costes, ¿qué ocurrirá el día de mañana si bajo una nueva coyuntura económica la conservación ya no resulta rentable incluso cuando todos los servicios de los ecosistemas hayan sido debidamente valorados? ¿Tendrá entonces el conservacionismo que deconstruir el discurso sobre el que venía justificando su razón de ser?

Estas incertidumbres deben ser tenidas en cuenta a la hora de evitar estrategias de conservación que pueden resultar contraproducentes en el futuro. En cualquier caso hay una cuestión sobre la que cada vez existe un mayor consenso en las ciencias de la sostenibilidad. Durante décadas nuestro sistema económico ha crecido a costa del deterioro de la biodiversidad y de los ecosistemas sobre los que se sustenta.

Tras las cifras de crecimiento que durante este tiempo han avalado la marcha positiva de la economía global, se ocultan costes ecológicos y sociales que el instrumental analítico y contable de la ciencia económica al uso no ha sido capaz de registrar ni corregir. Esto pone de relieve la obsolescencia de los indicadores de bienestar tradicionales y, por tanto, la necesidad de emprender una reforma drástica de los mismos.

Términos clave de la economía de los ecosistemas

Biodiversidad
Variabilidad de los organismos vivos, incluidos los ecosistemas terrestres, marinos y demás ecosistemas acuáticos. La biodiversidad incluye diversidad a nivel de genes, especies y ecosistemas.

Capital natural
Conceptuación económica de los ecosistemas como stocks capaces de generar flujos de servicios ecosistémicos de forma sostenida en el tiempo. El concepto tiene un antecedente en el factor de producción Tierra usado en la economía clásica.

Funciones de los ecosistemas
Analizadas desde una perspectiva antropocéntrica, hacen referencia a todos aquellos componentes y procesos de los ecosistemas con la capacidad de generar servicios de los ecosistemas para el bienestar humano.

Servicios de los ecosistemas
Contribuciones directas o indirectas de los ecosistemas al bienestar de la sociedad. El concepto de "bienes y servicios de los ecosistemas" equivale al de "servicios de los ecosistemas", que incluye las contribuciones tangibles e intangibles.

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