El
crecimiento exponencial de la contaminación del aire en las grandes ciudades,
del agua potable y del medioambiente en general; el calentamiento del planeta,
el derritimiento de los glaciares polares, la multiplicación de catástrofes
“naturales”; la destrucción de la capa de ozono; la destrucción, a una
velocidad creciente, de los bosques tropicales y la rápida reducción de la
biodiversidad por la extinción de miles de especies; el agotamiento de tierras,
su desertificación; la acumulación de residuos, principalmente nucleares,
imposible de manejar; la multiplicación de accidentes nucleares y la amenza de
un nuevo Chernobyl; la contaminación de la comida, las manipulaciones
genéticas, las “vacas locas”, la carne con hormonas.
Se encienden todas las
alarmas: es evidente que el curso enloquecido de las ganancias, la lógica
productivista y la mercantilización de la civilización capitalista/industrial
nos conduce a un desastre ecológico de proporciones incalculables.
No es ceder
al «catastrofismo» constatar que la dinámica del «crecimiento» infinito inducido
por la expansión capitalista amenaza los fundamentos naturales de la vida
humana en el planeta [1].
Michael Lowy.
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