¿Cómo
reaccionar frente a este peligro? El socialismo y el ecologismo —o, por lo
menos, algunas de sus corrientes— tienen objetivos comunes que implican un
cuestionamiento de la autonomización de la economía, del reino de la
cuantificación, de la producción como meta en sí misma, de la dictadura del
dinero, de la reducción del universo social al cálculo de márgenes de
rentabilidad y a las necesidades de la acumulación del Capital. Ambos defienden
los valores cualitativos: el valor de uso, la satisfacción de las necesidades,
la igualdad social, la preservación de la naturaleza, el equilibrio ecológico.
Ambos conciben la economía como una “pieza” en el medio: social para el
algunos, natural para otros.
Se dice:
las divergencias de fondo son las que mantienen separados a los «rojos» y a los
«verdes», a los marxistas de los ecologistas. Los activistas ecologistas acusan
a Marx y Engels de productivismo. ¿Se justifica esta imputación? Sí y no.
No, en la medida en que nadie
denunció tanto como Marx la lógica capitalista de la producción por la
producción, la acumulación de capital, riquezas y mercancías como un fin en sí
mismo. La misma idea de socialismo, contradiciendo la miserable falsificación
de los burócratas, es la de una producción de valores del uso, de bienes
necesarios para la satisfacción de necesidades humanas.
El
objetivo supremo del progreso técnico para el socialismo de Marx no es el
crecimiento infinito de posesiones («el tener») sino la reducción de la
jornada de trabajo y el crecimiento del tiempo libre («el ser»).
Sí, en la medida en que a menudo en
los descubrimientos de Marx o Engels (y más todavía en el marxismo ulterior)
hay una tendencia a hacer del «desarrollo de las fuerzas productivas» el vector
principal del progreso, así como una posición poco crítica hacia la
civilización industrial, principalmente en su relación destructiva del medio
ambiente.
En
realidad, uno encuentra en los escritos de Marx y Engels elementos para nutrir
ambas interpretaciones. La cuestión ecológica es, en mi opinión, el desafío más
grande para un renovación del pensamiento marxista en el siglo XXI. Ésta exige
a los marxistas una revisión crítica profunda de su concepción tradicional de
las «fuerzas productivas», así como una ruptura radical con la ideología del
progreso lineal y con el paradigma tecnológico y económico de la civilización
industrial moderna. Walter Benjamin fue uno de los primeros marxistas del siglo
XX que planteó este tipo de problemas: desde 1928, en su libroDirección
única,denunciaba la idea de dominación de la naturaleza como una
«instrucción imperialista» y propuso una nueva concepción de la técnica como
«dominio de la relación entre la naturaleza y la humanidad». Algunos años
después, en sus «Tesis de filosofía de la historia» se propone enriquecer al
materialismo histórico con ideas de Fourier, ese utópico visionario que había
soñado «un trabajo que, lejos de explotar a la naturaleza, está en condiciones
de aliviarla de las criaturas que duermen latentes en su seno» [2].
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